Como un niño, que aprende a clamar antes de amar, y a llorar antes que a orar, así soy yo.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Eucaristía




Sequimos con el relato bíblico de Jósé de Egipto. El hambre llegó a Canaam, Jacob ha enviado a los hermanos de éste a por grano a Egipto, dejando con él a Benjamín.
Cuando llegaron a la presencia de José, no le reconocieron, y trazando un plan de amor y no de venganza, les mandó de vuelta, acusándoles de espias, y ordenando que viniera el hermano menor, plan que ellos interpretaron mal. Les dejó los granos, y no quiso su plata. Quedó Simeón retenido y reclamó a Benjamin.
Cuando volvieron con el pequeño, después de volver a pasar hambre, fueron invitados a la casa de José. Estaban todos juntos, después de lavarse todos los pies, llegó José vió a su hermano pequeño y preguntó por el padre, sabiendo que estaba bien ha llorado a solas, y se ha vuelto a sentar con ellos para la cena y mirándose los hermanos entre ellos no podían creer lo que pasaba, han recibido una porción de comida que él mismo sirvió, siendo la porción de Benjamín cinco veces mayor.
El paralelismo con las escenas de la noche anterior a la pasión de Cristo es innegable. Sabemos que el Antiguo Testamento es imágen del Nuevo, pues de un modo profético adelanta lo que iba a ocurrir, sin que nadie se imaginara lo que finalmente se realizó, a pesar de las señales claras que iban apareciendo en la Torá.
Están los Doce a la mesa, sólo faltaba uno en la mente de ellos, pero era él mismo, José, que no le reconocieron. A pesar de la traición que había precedido, José llora por ellos, les trata como hermanos sin que lo sepan. Y comparte su pan y su bebida. Era tal su amor a ellos. Es la imágen que avisa que vendrá de esa manera el Cristo, quien, llegado el momento, sabiendo que era llegada su hora, los amó hasta el fin. Fue tal su sacrificio y su amor que, con su muerte, nos ha dejado el pan y el vino que sacian eternamente.

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